Vos

Afuera la lluvia no daba tregua. Dentro mío, en mi boca y en mi pecho, el amargo de un tequila sin etiqueta intentaba, sin éxito, mantenerme de pie. Antes de caer, sentí tu mano fría de tanto sostener el vaso de cerveza helada, arrancándome hacia la multitud. En aquella oscuridad, eras la única que no necesitabas de los rayos de luz de ese boliche decadente. Yo no era el único, pero todos te miraban en la oscuridad. Tu mirada no tenía dueño. Vos no eras de nadie y nadie era de vos. Vos eras la única dueña de vos misma. Además, la palabra “dueña” parecía no ser parte de tu vocabulario. Vos eras simplemente vos.

No tardó para que nuestras miradas y labios se confundieron en el medio de la multitud perdida y desincronizada. Yo no era nadie para vos y vos no eras nadie para mí. A nosotros no nos importaba nada. En realidad, vos te preocupabas solo con los hombres malos, pero tu mirada salvaje los ahuyentaba. Como eras corajosa. Como tenías amor propio por tu cuerpo. Tal vez eran cosas así que iluminaban a vos en una noche sombría como aquella. Quería haber tenido la oportunidad de verte bajo el sol y tener la certeza que ni sus rayos serían capaces de ofuscar tu brillo. Una vez más, tu mano fría me arrancó de nuevo. Ahora estábamos de fuera, con los pies en el barro, sintiendo la llovizna mojar nuestros rostros. Sintiendo el corazón más rápido que aquella música loca. Sintiendo el humo caliente saliendo de nuestras bocas. Sintiendo el vento frío. No hablábamos, pero nuestro silencio hablaba mucha cosa. Principalmente sobre vos, que exhalaba los más bellos discursos en cada gota de sudor, en cada humo soplado, en cada trago de cerveza. Vos eras simplemente vos. Y eso me encantaba. Vos fuiste mi último sueño de niño. Vos fuiste mi adiós a un mundo ideal, pero sin cualquier fundamento para mantenerlo. Sentí tus brazos en mi cuello. Sentí tu respiración. Por fin, mismo sin escucharte, sentí tu voz, que también me abrazaba con una sonrisa. Aquella fue la primera y la última noche del niño perdido que vivía en mí. En aquel laberinto oscuro, con algunos peldaños asimétricos, sin querer, tropecé en yo mismo. Nos perdemos. La única cosa que aún tengo de ti es nuestro corto diálogo. ― A veces yo pienso que la soledad es un acompañante. – yo dice. ― No es soledad. Es vos. Cuando estás solo, vos te quedás lado a lado contigo mismo.

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